Nos habría gustado incluir una introducción épica en este artículo, pero finalmente hemos tenido que desistir. De ningún modo podríamos superar los inicios de algunos de los mejores libros de la historia de la literatura. Porque hay escritores que consiguen abducirte desde la primera frase y ya no te sueltan hasta el final. Nosotros hemos querido recopilar esas primeras frases trayéndote lo que en nuestra opinión (y en la de mucha gente) son los mejores comienzos de novelas de todos los tiempos.
Contenidos
Mejores inicios de novelas de la Historia
“Si estoy chalado, tanto mejor”, pensó Moses Herzog. Algunos lo creían majareta, y durante algún tiempo él mismo había llegado a pensar que le faltaba un tornillo. (Herzog,)
Ahora estoy muerto, soy un cadáver en el fondo de un pozo. Encuentra al hombre que me asesinó y te contaré detalladamente lo que hay en la otra vida. (Me llamo Rojo)
Al día siguiente no murió nadie. (Las intermitencias de la muerte)
Alguien debía de haber calumniado a Josef K., porque, sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana. (El proceso)
«Cierta noche me encontraba sentado en la cama de la habitación de la pensión de Bunker Hill en que me hospedaba, en el centro mismo de Los Ángeles. Era una noche de importancia vital para mí, ya que tenía que tomar una decisión relativa a la pensión. O pagaba o me iba: es lo que decía la nota, la nota que la dueña me había deslizado por debajo de la puerta. Un problema relevante, merecedor de una atención enorme. Lo resolví apagando la luz y echándome a dormir. (Pregúntale al polvo)
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Como a Rosario le pegaron un tiro a quemarropa mientras le daban un beso, confundió el dolor del amor con el de la muerte. (Rosario Tijeras)
Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. (La metamorfosis)
El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. (Crónica de una muerte anunciada)
El doctor Strauss dise que debo escrebir lo que yo pienso y todas las cosas que a mi me pasan desde aora. No se porque pero el dise que es mui inportante para que ellos puedan ber si ellos pueden usarme a mi. Espero que ellos puedan usarme a mi pues miss Kinnian dise que ellos quisa pueden aserme listo. Yo qiero ser listo. (Flores para Algernon)
El hombre de negro huía a través del desierto y el pistolero iba en pos de él. (La Torre Oscura)
En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. No un agujero húmedo, sucio, repugnante, con restos de gusanos y olor a fango, ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en que sentarse o que comer: era un agujero-hobbit, y eso significa comodidad. (El Hobbit)
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. (Don Quijote de la Mancha)
Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo. (Historia de dos ciudades)
Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: «Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias». Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer. (El extranjero)
La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. (El Aleph)
Llamadme Ismael. (Moby Dick)
Lo reconozco: estoy internado en un establecimiento psiquiátrico y mi enfermero me observa, casi no me quita el ojo de encima; porque en la puerta hay una mirilla, y el ojo de mi enfermero es de ese color castaño que, a mí, que soy de ojos azules, no es capaz de calarme. (El tambor de hojalata)
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. (Cien años de soledad)
Nací dos veces: fui niña primero, en un increíble día sin niebla tóxica en Detroit, en enero de 1960; y chico después, en una sala de urgencias cerca de Petoskey, Michigan, en agosto de 1974. (Middlesex)
No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente. (El Capitán Alatriste)
Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. (El guardián entre el centeno)
Sonaba el teléfono y he oído el timbre. He cogido el aparato. No me he enterado bien. He dejado el teléfono. He dicho: «Amador». Ha venido con sus gruesos labios y ha cogido el teléfono. (Tiempo de silencio)
Takezo yacía entre los cadáveres, que se contaban por millares. «El mundo entero se ha vuelto loco —pensó nebulosamente—. Un hombre podría compararse a una hoja muerta arrastrada por la brisa otoñal.» Él mismo parecía uno de aquellos cuerpos sin vida que le rodeaban. (Musashi. La leyenda del samurái)
Todas las familias dichosas se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera. (Anna Karenina)
Yo, Tiberio Claudio Druso Nerón Germánico esto-y-aquello-y-lo-de-más-allá […], conocido de mis parientes, amigos y colaboradores como “Claudio el Idiota”, o “Ese Claudio”, o “Claudio el Tartamudo”, o “Clau-Clau-Claudio”, o, cuando mucho, como “El pobre tío Claudio”, voy a escribir ahora esta extraña historia de mi vida. (Yo, Claudio)
Mejores principios de libros según un escritor
Para elaborar un post como este también nos pareció importante conocer la opinión de un escritor profesional. Buscando por la red encontramos este vídeo del escritor Javier Ruescas donde habla de sus principios de novela favoritos:
Sabemos que este post va a traer cola, pero estamos seguros de que la mayoría de los lectores estaréis de acuerdo en la calidad de estos inicios de novelas. Así que comparte este post en las redes sociales y ánima a tus amigos a que se lean todos los libros que mencionamos aquí.