frases de María Zambrano

María Zambrano fue una ilustre intelectual, ensayista y filósofa española del siglo XX. Su pensamiento filosófico-poético se orienta a la corriente Vitalista opuesta al Racionalismo.  Ya que consideraba aquel como una forma de humanizar la historia y la vida personal al vislumbrar no sólo a la razón, sino a la cotidianidad y a los sentimientos como la esencia propia del hombre que guía nuestro accionar y crecimiento como personas éticas.

Para conocer un poco más sobre el pensamiento de esta gran filósofa, lee las siguientes frases de María Zambrano. Esta selección recoge sus citas más icónicas sobre libertad, amor, ética y muchos otros temas.    

Frases célebres de María Zambrano

¿Es de extrañar que el amor haya preferido casi siempre el derrotero poético al filosófico?
Al elegir, me voy eligiendo.
Amar es verse como otro ser nos ve.
El arte parece ser el empeño por descifrar o perseguir la huella dejada por una forma perdida de existencia.
El corazón es centro, porque es lo único de nuestro ser que da sonido.
El hombre es el ser que padece su propia trascendencia.
El pensamiento, cuanto más puro, tiene su número, su medida, su música.
El que obtiene la unidad, lo obtiene todo.
En la historia, la muerte se ha llamado decadencia y su proceso ha sido seguido sólo desde el punto de vista de la desintegración, de la caída del protagonista, en un sentido lineal de una sola dimensión, como si fuese un simple debilitamiento, una pérdida de poder y nada más.
Escribir es defender la soledad en la que vivo.
Filosófico es el preguntar, y poético el hallazgo
Filósofo es el que ya no se queja.
La acción de preguntar supone la aparición de la conciencia.
La biografía de un filósofo es su sistema.
La cultura es el despertar del hombre.
La filosofía es una preparación para la muerte, y el filósofo el hombre que está maduro para ella
La filosofía moderna no ha pretendido reformar la vida. Por el contrario, quiso trasformar, la verdad.
La historia no es sino un diálogo, bastante dramático, por cierto, entre el hombre y el universo.
La luz del pensamiento filosófico no es la luz viviente del sol, sino la claridad, principio de la vida según Platón, el teólogo de esta luz.
La luz ligera que envuelve las imágenes de los dioses ha prefigurado la luz impasible de la inteligencia.
La palabra de la poesía temblará siempre sobre el silencio y sólo la órbita de un ritmo podrá sostenerla.
La palabra es libertad.
La primera realidad que al hombre se le oculta es él mismo.
La vida jamás podrá conocerse en su totalidad, porque no es una copia de ninguna estructura inteligible; es única, oscura e irracional en sus raíces.
Las utopías nacen solamente dentro de aquellas culturas donde se encuentra claramente diseñada una edad feliz que desapareció.
Mientras religión y ética pueden dirigirse al individuo aislado y podrían existir en un solo hombre sobre el mundo, la política necesita para su posibilidad la existencia de la sociedad.
Nadie enseña a nadie filosofía. El sistema es lo único que ofrece seguridad al angustiado, castillo de razones, muralla cerrada de pensamientos invulnerables frente al vacío.
No se pasa de lo posible a lo real, sino de lo imposible a lo verdadero.
Prefiero una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila.
Si se hubiera de definir la democracia podría hacerse diciendo que es la sociedad en la cual no sólo es permitido, sino exigido, el ser persona.
Sólo en soledad se siente la sed de la verdad.
Sólo lo que no se ha podido dejar de querer, ni aun queriendo, nos pertenece.
Todo extremismo destruye lo que afirma.
Todo lo quiere el hombre, primero lo sueña.
Un filósofo es el hombre en quien la intimidad se eleva a categoría racional; sus conflictos sentimentales, su encuentro con el mundo, se resuelven y se transforma en una teoría.

Sobre María Zambrano

María Zambrano Alarcón nació en Vélez-Málaga el 22 de abril de 1904  y murió en Madrid el 6 de febrero de 1991 a la edad de 86 años. Se destacó por ser una de las más importantes filósofas de su tiempo, aunque su obra no fue valorada hasta su vejez; cuando recibió los máximos galardones literarios españoles: El Premio Príncipe de Asturias en el año de 1981 y el Premio Cervantes en 1988. 

Fue pupila de Ortega y Grases y de J.M García Morente. Además de  impartir  clases de Metafísica como auxiliar docente en la Universidad Central en el año 1931. Tras la guerra civil española, vivió gran parte de su vida en el exilio junto a su madre, hermana y esposo. Entre los países en que se residenció, destacan: México, la Habana-Cuba, Puerto Rico  y Francia. En 1981 se le permite regresar a España por motivo del galardón al que fue nominada, país donde sigue desarrollando su obra y permanece hasta su muerte.