Te traemos las mejores frases de La Conjura de los Necios, una novela satírica en la que entramos en la vida de Ignatius J. Reilly, treintañero incomprendido, inadaptado y anacrónico que se ve envuelto en todo tipo de situaciones disparatadas cuando es forzado a salir al mundo para buscar un trabajo.
La Conjura de los Necios es una de las grandes obras humorísticas de nuestro tiempo y mereció el premio Pulitzer en 1981. SI bien la historia arrastra una trágica historia y es que su autor, John K. Toole, se suicidó antes de ver publicada la novela. Sirva esta recopilación como homenaje a su memoria.
La Conjura de los Necios: Frases de Ignatius
Todas las frases que vienen a continuación son en realidad obra de Ignatius, protagonista absoluto de esta obra maestra y al que muchos cuentan entre los mejores protagonistas de la literatura.
Mama no cocina. Quema.
«Hombre limpio, muy trabajador, de fiar, callado». ¡Santo Dios! ¿Pero qué clase de monstruo quieren? Creo que jamás podría trabajar en una institución con semejante visión del mundo.
¿Acaso crees que quiero vivir en una sociedad comunal con gente como esa Battaglia amiga tuya, barriendo calles y picando piedra o lo que ande haciendo siempre la gente en esos desdichados países? Lo que yo quiero es una buena monarquía, firme, con un rey decente, de buen gusto, un rey con ciertos cono-cimientos de teología y de geometría, y que cultive una rica vida interior. La conjura de los necios
¿Ir a un psiquiátrico? Jamás. Intentarían convertirme en un subnormal enamorado de la tele-visión y de los alimentos congelados. ¿No comprendes? La psiquiatría es peor que el comunismo.
¿Podrías aminorar un poquito la marcha? Creo que tengo un soplo cardíaco.
El optimismo me da náuseas. Es perverso. La posición propia del hombre en el universo, des-de la Caída, ha sido la de la miseria y el dolor.
He dado en llegar a la oficina una hora más tarde de lo que allí se me espera. En consecuen-cia, me encuentro muchísimo más reposado y fresco cuando llego, y evito esa primera hora lúgubre de la jornada laboral en la que los sentidos y el cuerpo entorpecidos aún por el sueño convierten cualquier tarea en una penitencia. Considero que, al llegar más tarde, mejora notablemente la calidad del trabajo que realizo. La conjura de los necios
Iba a ser un destino malévolo: ahora se enfrentaba a la perversión de tener que ir a trabajar.
Intentarían convertirme en un subnormal enamorado de la televisión y de los coches nuevos y de los alimentos congelados. ¿No comprendes? (…) Me niego a que me laven el cerebro. ¡No seré un robot!
La comida enlatada es una perversión… Sospecho que es en el fondo muy dañina para el al-ma.
La naturaleza hace a veces un tonto; pero un fanfarrón siempre es obra del hombre.
Llevo ya una semana deambulando por el barrio comercial. Carezco, al parecer, de alguna perversión especial que buscan los patronos de hoy.
Me niego a «mirar hacia arriba». El optimismo me da náuseas. Es perverso. La posición propia del hombre en el universo, desde la Caída, ha sido la de la miseria y el dolor
Mi organismo entero está aún agitado. En consecuencia, estoy aún en el proceso de adap-tarme a la tensión del mundo laboral. En cuanto mi organismo se acostumbre a la oficina, daré el paso gigan-tesco de visitar la fábrica…
Oh, Fortuna, diabólica ramera.
Si la Smithsonian Institution, ese sobre sorpresa de los desechos de nuestra nación, pudiera, de algún modo, empaquetar herméticamente esta fábrica y transportarla a la capital de los Estados Unidos de Norteamérica, con todos sus obreros inmovilizados en actitud de trabajo, los visitantes que acudieran a ese discutible museo defecarían sin duda en sus chillones atuendos turísticos. Es una escena que combina lo peor de La cabaña del tío Tom y de Metrópolis, de Fritz Lang. Es la esclavitud de los negros mecanizada; ejemplifica el progreso que ha hecho pasar al negro de recoger algodón a cortarlo y coserlo. La conjura de los necios
Sin duda, todas estas pseudopedantes críticas no hacen más que alimentar mi ego y darme diversos puntos de vista para describir a esos mongoloides y toscos que hacen elocuencia de su inteligencia. Llegué a la conclusión de que son todos unos cerdos y nunca van a comprender mi delicada psique.
Sólo los degenerados hacen turismo. Yo, personalmente, sólo salí de la ciudad una vez.
Sólo me relaciono con mis iguales, y como no tengo iguales, no me relaciono con nadie.
Soy capaz de tantas cosas y no se dan cuenta. O no quieren darse cuenta. O hacen todo lo posible por no darse cuenta. Necedades. Dicen que la vida se puede recorrer por dos caminos: el bueno y el malo. Yo no creo eso. Yo más bien creo que son tres: el bueno, el malo y el que te dejan recorrer.”
Su total ignorancia de lo que profesa enseñar merece pena de muerte. Dudo que sepa usted que a San Casiano de Imola le mataron sus propios alumnos atravesándole con sus estilos. Su muerte, un mar-tirio perfectamente honorable, le convirtió en santo patrón de los profesores.
También les dije a los estudiantes que, en bien del futuro de la humanidad, esperaba que to-dos fueran estériles.
Seguro que después de leer estas frases te han entrado ganas de leer La Conjura de los Necios (si es que no lo has hecho ya). Desde aquí te animamos a hacerlo, y también a que nos dejes tus comentarios.