Si eres argentino ya habrás oído hablar sobre Evita Perón, pero si no, merece la pena comenzar este post con frases de Evita haciendo un breve repaso por su vida.
Eva Duarte de Perón fue una política y actriz, que fundó el Partido Peronista Femenino y la Fundación Eva Perón. Nació en Los Toldos, Provincia de Buenos Aires, Argentina y nació el 7 de mayo de 1919.
Su infancia no fue de lo mejor, pero después de 1930 migra a Buenos Aires y comienza a trabajar como actriz y modelo. Allí y en 1944, conoce a Juan Domingo Perón y un año después, se casan.
En 1946 comenzó a aparecer en el ámbito político junto a su marido y su presencia fue una novedad, porque, en esa época las mujeres no participaban de la esfera pública. Eva, a partir de entonces, impulsó el derecho al sufragio femenino y fue presidente del Partido Peronista Femenino que se creó en 1949. Además, luchó por los derechos laborales y sindicales y creó la Fundación Eva Perón orientada a ciudadanos en situación de pobreza.
Eva Duarte ejerció su derecho al voto por primera vez, mientras estuvo en el hospital, debido a un cáncer uterino. Y, finalmente, fallece en 1962, un 26 de julio con tan solo 33 años.
Frases de Evita Perón
He aquí frases de Eva Duarte de Perón, una mujer que luchó por los derechos de los más débiles y quien hasta fue invitada por el movimiento obrero, para que esté en el cargo de Vicepresidenta (aunque el país aún era muy patriarcal, por lo que tuvo muchas presiones y, finalmente, desistió).
¡Bendita sea la lucha a que nos obligó la incomprensión y la mentira de los enemigos de la Patria! ¡Benditos sean los obstáculos con que quisieron cerrarnos el camino, los dirigentes de esa falsa democracia de los privilegios oligárquicos y la negación nacional!
¡Sólo basta que los pueblos nos decidamos a ser dueños de nuestros propios destinos! Todo lo demás es cuestión de enfrentar al destino.
Ahora si me preguntasen qué prefiero, mi respuesta no tardaría en salir de mí: me gusta más mi nombre de pueblo. Cuando un pibe me nombra Evita me siento madre de todos los pibes y de todos los débiles y humildes de mi tierra. Cuando un obrero me llama Evita me siento con gusto compañera de todos los hombres.
Aparento vivir en un sopor permanente para que supongan que ignoro el final… Es mi fin en este mundo y en mi patria, pero no en la memoria de los míos. Ellos siempre me tendrán presente, por la simple razón de que siempre habrá injusticias y regresarán a mi recuerdo todos los tristes desamparados de esta querida tierra.
Cada uno debe empezar a dar de sí todo lo que pueda dar, y aún más. Solo así construiremos la Argentina que deseamos, no para nosotros, sino para los que vendrán después, para nuestros hijos, para los argentinos de mañana.
Como mujer siento en el alma la cálida ternura del pueblo de donde vine y a quien me debo.
Con ellos y por ellos, por los trabajadores y por los descamisados, seguiré luchando como hasta hoy con el corazón y con el pensamiento puestos en el general, nuestro Líder, nuestro conductor, nuestro maestro y para mí el amigo leal que con la grandeza extraordinaria de su alma supo dejar mi decisión de estos días librada al arbitrio de mi propia conciencia y de mi propia voluntad.
Con las cenizas de los traidores construiremos la Patria de los humildes.
Cuando elegí ser Evita sé que elegí el camino de mi pueblo.
Debo confesar que, si todos los problemas de injusticia social y de dolor despiertan en mí la rebeldía y la voluntad de hacer justicia, el problema de la niñez es, por excelencia, el de mi mayor atención y máximo cariño. El dolor de los niños no lo justifico en ningún sentido.
Donde existe una necesidad nace un derecho.
El voto femenino, será el arma que hará de nuestros hogares, el recaudo supremo e inviolable de una conducta pública.
Ha llegado la hora de la mujer argentina, íntegramente mujer en el goce paralelo de deberes y derechos comunes a todo ser humano que trabaja, y ha muerto la hora de la mujer compañera ocasional y colaboradora ínfima. Ha llegado, en síntesis, la hora de la mujer argentina redimida del tutelaje social, y ha muerto la hora de la mujer relegada a la más precaria tangencia con el verdadero mundo dinámico de la vida moderna.
Ha llegado la hora de la mujer que piensa, juzga, rechaza o acepta, y ha muerto la hora de la mujer que asiste, atada e impotente, a la caprichosa elaboración política de los destinos de su país.
He recorrido los viejos países de Europa, algunos devastados por la guerra. Allí, en contacto directo con el pueblo, he aprendido una lección más en la vida. La lección ejemplarizadora de la mujer abnegada y de trabajo, que lucha junto al hombre por la recuperación y por la paz. Mujeres que suman el aporte de su voluntad, de su capacidad y de su tesón. Mujeres que forjaron armas para sus hermanos, que combatieron al lado de ellos, niveladas en el valor y el heroísmo.
La mayoría de los hombres que rodeaban entonces a Perón creyeron que yo no era más que una simple aventurera. Mediocres al fin, ellos no habían sabido sentir como yo, quemando mi alma, el fuego de Perón, su grandeza y su bondad, sus sueños y sus ideales. Ellos creyeron que yo calculaba con Perón, porque medían mi vida con la vara pequeña de sus almas.
La patria es el pueblo y nada puede sobreponerse al pueblo sin que corran peligro la libertad y la justicia. Las fuerzas armadas sirven a la patria sirviendo al pueblo.
Lo único que debemos hacer es adquirir plena conciencia del poder que poseemos y no olvidarnos de que nadie puede hacer nada sin el pueblo, que nadie puede hacer tampoco nada que no quiera el pueblo.
Lo único que los mueve es la envidia. No hay que tenerles miedo: la envidia de los sapos nunca pudo tapar el canto de los ruiseñores.
Más abominable aún que los imperialistas son los hombres de las oligarquías nacionales que se entregan vendiendo y a veces regalando por monedas o por sonrisas la felicidad de sus pueblos.
Me tienen sin cuidado los odios y las alabanzas de los hombres que pertenecen a la raza de los explotadores. Quiero rebelar a los pueblos. Quiero incendiarlos con el fuego de mi corazón.
Nadie sino el pueblo me llama Evita.
No hay nada que sea más fuerte que un pueblo. Lo único que se necesita es decidirlo a ser justo, libre y soberano.
No puede haber, como dice la doctrina de Perón, más que una sola clase: los que trabajan.
Nuestra patria dejará de ser colonia, o la bandera flameará sobre sus ruinas.
Pongo junto al alma de mi pueblo, mi propia alma.
Queremos el bienestar de los trabajadores, la dignificación de los humildes y la grandeza de esta patria que Perón nos ha dado y que todos debemos defender como la más justa, la más libre y la más soberana de la Tierra.
Sangra tanto el corazón del que pide, que hay que correr y dar, sin esperar.
Yo no hago cuestión de clases. Yo no auspicio la lucha de clases, pero el dilema nuestro es muy claro: la oligarquía que nos explotó miles de años en el mundo tratará siempre de vencernos.
Yo no me dejé arrancar el alma que traje de la calle, por eso no me deslumbró jamás la grandeza del poder y pude ver sus miserias. Por eso nunca me olvidé de las miserias de mi pueblo y pude ver sus grandezas.
Yo no quise ni quiero nada para mí. Mi gloria es y será siempre el escudo de Perón y la bandera de mi pueblo. Y aunque deje en el camino jirones de mi vida, yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria.
Yo, que ya he vivido varios años los mejores de mi vida junto al general Perón, mi maestro y amigo, he aprendido de él a pensar y a sentir y a querer, teniendo como únicos ideales la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación.
Seguro que estas frases de Evita Perón te han servido para conocer más sobre la historia argentina y cómo, a partir de Eva, la mujer comenzó a tener más voz y participación en asuntos públicos y políticos.